domingo, 8 de junio de 2008

Augusto Higa iluminado

Por Maribel de Paz

Bañados por el smog y la bullanga del centro de Lima, parecería inverosímil que alguien pueda hallar iluminación alguna en escenario tan siniestro. El satori del budismo zen, sin embargo, no le teme a ningún infierno y bien puede desatarse en pleno Parque de la Exposición, cerquita nomás de pachamancas y fritangas varias. Historia imposible, La Iluminación de Katzuo Nakamatsu (Editorial San Marcos, 2008) es la nueva entrega de Augusto Higa, donde el protagonista, alter ego del escritor, se verá sometido a los rigores de la marginación, la locura y el dolor en su ruta a la iluminación. Caserito de una narrativa urbana doliente y miembro del Grupo Narración junto a Gutiérrez y Reynoso, Higa reelabora con esta entrega el sentir criollo de Final del Porvenir hacia un sentir nisei igual de desencantado.

La marginalidad y el desarraigo son constantes en su obra. ¿Considera a ambas como formas de la soledad?
Sí, de alguna manera los personajes que retrato son seres marginales y solitarios, y buena parte de ellos tienen una característica: tendencia hacia la locura.

¿Un poco como el autor?
Un poco... En todo caso, Katsuo Nakamatsu es una especie de alter ego mío, vicario de mí mismo.

¿A qué responde tal reiteración de la soledad y la locura?
A que los problemas que afrontamos como sociedad tienen que ver con la insatisfacción de necesidades básicas, y esto lleva a la soledad física y psicológica. Y una de las salidas es la locura.

¿La iluminación se puede confundir con locura, como en el caso del protagonista?
Es que para entrar al satori se requiere negar el propio yo, y eso implica el sufrimiento, porque el yo es una construcción artificial, y como tal hay que eliminarla a través de la disciplina y el dolor. Pero el punto está en cómo interpretar la frase que él dice cuando ve a ese joven bello, tostadito. Se deslumbra. Sabe que ha encontrado a aquel ser hermoso que tanto había buscado, se desnuda y solamente musita: "La belleza existe". El problema está en desentrañar qué significa eso.

¿Y qué significa?
Que él, sus contradicciones como peruano y japonés, las resuelve allí. Es la búsqueda de sí mismo. En el zen te sientes iluminado y lo que digas puede ser ingenuo, doméstico. A veces ni siquiera sabes que has entrado al satori.

¿Augusto Higa se ha acercado al satori?
No, pero me he reencontrado conmigo mismo escribiendo esta novela. Es una revancha conmigo mismo.

¿Se siente más genuino?
Sí. Con esta mirada, de descendientes de japonés actuando en un medio peruano, me siento a mi medida… Es el ajinomoto, pues.

El libro es también un recorrido emocional de Lima. Están Tacora, La Parada, y se perciben hasta los olores de cada escenario. Salvo en el cerro El Pino, que se presenta más ajeno.
Sí, tienes razón, tienes razón, porque mi ambiente natural es La Parada, el cerro San Cosme, la 28 de Julio. El otro se me escapa un poco. Incluso me obligué a visitar la zona, estuve vagando, como el personaje.

Un personaje marcado por las atrocidades contra la colonia japonesa durante la Segunda Guerra Mundial.
Es un niño de la guerra.

Usted también.
Los que tenemos de cincuenta para adelante lo somos, pero de esta guerra de acá, no de la que se vivió en Japón. Fujimori es otro caso. Es un niño de la guerra porque tiene todas las represiones de quien ha vivido en un ambiente hostil.

Y la elección de Fujimori fue una reivindicación…
Una revancha, y nos salió cuadras.

¿Qué le duele más de lo sucedido con Fujimori?
Mira, un hombre que dice "me voy a Brunei" y termina en Japón renunciando... Oiga, eso no es japonés ni es criollo.

¿Qué es?
Es un compadrito de esquina, y ahora está en el banquillo… Pero lo que deberías subrayar es que Nakamatsu es un típico perdedor, pero los otros dos personajes a los que admira, Martín Adán y Etsuko Untén, no lo son. Son luchadores hasta las últimas consecuencias, pero de causas imposibles. Martín Adán, dentro de la poesía, y Etsuko Untén, que quiere llevar su propia guerra en defensa de su majestad imperial.

Ambos pisando el sendero de la locura.
Pero sólidos. No tienen el resquebrajamiento de Nakamatsu.

¿Dónde considera que radica la solidez de Martín Adán?
En haber vivido en olor de poesía. Y eso que vivió en Larco Herrera, fue alcohólico y tuvo tendencias homosexuales. Martín Adán se lleva de encuentro, por la consecuencia que tuvo con respecto a su vida, a Vallejo, Eguren, Westphalen y Moro... Yo retrato desesperanzados, pero en mi fuero íntimo soy un hombre creyente. En su fe y en los destinos históricos del país.

* Publicado en Caretas 2028.

Augusto Higa publica La iluminación de Katzuo Nakamatsu


Tomado de: http://www.andina.com.pe/Espanol/Noticia.aspx?Id=o99OIIZXwg8=

Lima, may. 15 (ANDINA).- Luego de años de espera, Augusto Higa Oshiro publica La iluminación de Katzuo Nakamatsu (Editorial San Marcos). Esta novela narra los problemas de adaptación de un nisei, tema que no había tratado anteriormente.

El protagonista de su novela es hijo de japoneses, profesor universitario y criado en La Victoria. ¿Es coincidencia o pensado que comparta estas características con Alberto Fujimori?
–Coinciden en algunos aspectos genéricos. Yo especifico muy bien el tipo de nisei que estoy tratando. Es un hombre de 58 años, que de algún modo ha bordeado en la infancia todo ese sentimiento antijaponés de las décadas de 1940 y 1950. No se trata de la segunda o tercera generación, que ya son muy distintas. En esa medida, hay algunas características genéricas. Son hijos de japoneses muy a la defensiva. Su identidad nacional siempre está en cuestión.

A pesar de los problemas de adaptación de Katzuo Nakamatsu, también presenta un abanico de niseis que sí se adaptan, desde empresarios hasta jaraneros.
–Claro, pero en el fuero más íntimo... Conozco empresarios que mastican el castellano, no obstante haber aprendido el japonés recién en el colegio. En el fuero íntimo no les viene la peruanidad como algo natural, sino como algo forzado. Pueden ser jaraneros, bailarines, pero en el interior existe la duda. Ahora la situación ha cambiado. La propia comunidad nos acepta.

¿Por qué escogió como narrador de la novela a un personaje descendiente de inmigrantes?
–Este pata, Benito Gutti, existió realmente. Él era bibliotecario de la sala de investigaciones de la Biblioteca Nacional. Cuando llegué a la parte en que necesitaba un nombre para el narrador, leí unas reseñas de Benito Gutti y lo utilicé. Ni siquiera reparé en que era descendiente de italiano, pero debe haber alguna similitud. De lo que sí estaba seguro era de que la perspectiva final fuera de alguien que no fuera de la colonia.

¿Qué opina de las aproximaciones a la inmigración japonesa desde la literatura peruana?
–Está Bryce Echenique, Vargas Llosa en La casa verde; en El Sexto de José María Arguedas hay un japonés vagabundo. Hay montones de ejemplos. Como ha sucedido en la vida diaria, el japonés ya no es una cosa folclórica, ya no es el chino de la esquina. Ahora es un peruano más con un apellido raro, pero que se comporta normalmente. Por ejemplo, ahora prendes el televisor y ves a Iwasaki, Miyashiro, Carla Harada, y es normal. Forma parte de la nacionalidad.

Dato
Augusto Higa Oshiro perteneció al grupo Narración, junto con Oswaldo Reynoso y Miguel Gutiérrez.

Algo más
En estos días trabaja en un proyecto de novela ambientada en La Victoria a fines de 1980. Los temas que abordará serán el pandillaje, el terrorismo y la sindicalización, y contará con personajes niseis.

Higa iluminado


–¿Cuál es la línea argumental de la novela?
–Katzuo Nakamatsu, admirando los sakuras del Parque de la Exposición, tiene una pulsión de muerte. Es conciente que morirá. Así, arranca un proceso que va a transtornar su vida. Pierde su trabajo y se queda solo, con sus paseos en el parque, en El Porvenir. Escucha ruidos de pájaros, y cree sentir selvas frondosas, el olor de riachuelos y de maleza. Katzuo no sabe si es real o no, duda, hasta que un amigo le confirma: se está volviendo loco, que la locura y la muerte son exactamente iguales.

–¿Son iguales?
–Para los marginados como Nakamatsu, la soledad, el absurdo, la locura, la muerte, los rencores y los odios, aparecen como una continuidad; en ese sentido posee todos los complejos del excluido social, frente a miedos y carencias. La decisión de Katzuo es enfrentar su destino con dignidad y en su desvarío quiere rendir homenaje a Martín Adán y Etsuko Untén.

–¿Por qué has empleado esa estructura?
–Es lineal, secuencial, narra el desplazamiento físico de Nakamatsu, otra de sus locuras es caminar. Así planteadas las secuencias, Katzuo en su vagabundaje gira hacia lugares sórdidos, va al encuentro de homosexuales, prostitutas de la Plaza Manco Cápac, de los descarriados. Es el periplo a las profundidades de la noche, y en cada situación, observa concentrado, sin movimientos, tal como lo hacía Martín Adán.

–Hay una voz del pasado, algo que flota.
–Sí, es una voz que lo atormenta en su locura. Es la voz de una antigua niséi, rencorosa que cuenta como fuimos expoliados y discriminados los japoneses, el calor de la contienda en la segunda guerra, solos, en el Perú, y allí está la historia de Etsuko Untén, un japonés enfrentando su solitaria guerra propia en Lima.

–¿Por qué precisamente iluminación?
–En su última etapa, Katzuo es un vagabundo por detrás de la Parada, el cerro El Pino y El Agustino. Una tarde se encuentra con la hermosura de un adolescente, y gritando estupefacto exclama: "La belleza existe". Ahí entiende que todas sus contradicciones se han resuelto. Comprende que aun entre marginados, en el Agustino, también se da la belleza, la imaginación y la razón. Es posible creer en estas condiciones, con los miles de emprendedores, forjando la fe y la esperanza.

El nisei es una forma de ser peruano


_____El escritor Augusto Higa Oshiro revela en la siguiente entrevista que le costó asumir a plenitud su condición de nisei y anuncia la publicación de una novela, cuyo protagonista es un hijo de japoneses que al borde de la muerte comienza a exorcizar demonios raciales.

¿Cómo se inició en la literatura?
Lo primero son las lecturas. A los 10, 11 años, yo ya estaba leyendo.

¿Qué leía?
La primera vez que fui a una librería fue para comprar Corazón, de Edmundo de Amicis, que según (Alfredo) Bryce es un libro tenebroso (risas). Efectivamente, es un libro inadecuado para niños porque hace llorar a raudales. Bryce dice que es un libro masoquista. Esa historia de los Apeninos a los Andes la han sacado de ahí.

La historia de Marco.
Como había muchos inmigrantes italianos, hay historias de niños que van a buscar a sus madres. Son bien deprimentes. Ese libro lo había leído mi hermano mayor en casa, y como a él le gustaba leer en voz alta, todos nos sentábamos a escucharlo. Yo recordaba mucho esa historia. O sea, primero es la lectura: Los tres mosqueteros, Julio Verne, las novelas de capa y espada. Y en esa época, en los años cincuenta, había una editorial argentina, las Ediciones Tor, que eran sumamente baratas, digamos el equivalente a lo que hoy sería un sol. Tenía desde grandes títulos hasta novelas muy populares. Entonces yo podía comprar.
¿Qué compraba?
Todo lo de (Alejandro) Dumas, Julio Verne, Crimen y castigo, Guerra y paz de León Tolstoi...

De su primera etapa como lector, ¿qué libro le impresionó más?
Corazón. Ah, en tercero de media leí Crimen y castigo. Fue algo muy impactante.

¿Cuándo empezó a escribir?
A los 14 años.

¿Cuentos?
No, poesía. Pero esas poesías rimadas, poesías de amor a la madre, a la patria.
¿Algún libro marcó su vocación literaria?
No. Primero fue el hecho de escuchar cuentos, eso influyó bastante. Yo era muy niño –6, 7 años– y me gustaba que me contaran cuentos de la calle, de aparecidos, marimachas, fantasmas, duendes.

¿Recuerda la primera historia que escribió?
Yo estaba en el colegio. Allí influyó el hecho de que yo era un pata solitario. Estaba en el barrio pero me era difícil integrarme. ¿Por qué? Porque eran chicos muy violentos, niños de la calle.

¿Qué barrio?
Estoy hablando de Huancavelica, el mercado La Aurora, Malambito, Tayacaja, Angaraes (Centro de Lima). Básicamente me movía en esos ámbitos, y ahí se escuchaban historias de la Lima colonial, historias de callejones, de aparecidos. Entonces yo me voy nutriendo de todo eso y en algún momento empiezan las lecturas. Pero básicamente (el inicio de mi vocación literaria) se debe a mi incapacidad de insertarme y a mi poco gregarismo, a pesar de que tenía buenos amigos y estaba en la collera. Y a los 14, 15 años, justamente cuando empiezo a escribir, es que yo rompo con todo, me aparto del barrio. Entonces empecé a vivir solitariamente y a escribir.

¿Cuándo es que hace la transición al cuento?
Eso fue más largo. Fue a partir de reflexiones. Un día un profesor me dijo que si uno quería saber hablar, primero tenía que saber escribir. Entonces sobre la base de lo que me dijo ese profesor, empecé a escribir. Y lo primero que escribo son impresiones, estampas, cosas planas, ocurrencias de la calle pero que no tienen ninguna anécdota, y a los 18, 19 años, doy el salto al cuento. En mi caso fue un proceso lento: poesía, diarios, impresiones.

Y a esa edad, en esa etapa de transición, ¿qué leía?
La literatura universal: (Franz) Kafka, (William) Faulkner.

¿Algún autor peruano?
(Mario) Vargas Llosa, (José María) Arguedas, todo Ciro (Alegría), y sobre todo (Ricardo) Palma. Palma para mí era lo máximo, lo más importante. Hasta ahora. Palma es el auténtico escritor criollo, y yo he vivido básicamente el mundo de los criollos en los años cincuenta. Entonces por ahí viene uno de mis grandes aprendizajes. Yo ingresé a la universidad definido, lo que quería era escribir.

¿Qué estudió?
Estudié Literatura en San Marcos. Yo ingresé en el año 65.

Ya tenía claro que quería ser escritor.
Sí, pero un chico de 16, 17 años que quiere escribir no tiene nociones muy precisas. Yo sabía exactamente que mi camino era la literatura, y dentro de la literatura, la prosa digamos, el cuento, la novela; me gustaban mucho más que la poesía. Entonces desde ahí he empezado a evolucionar, y a los 21 años ya estaba ganando un premio nacional, que tenía dos fases: una consagratoria y otra para principiantes. El premio consagratorio lo ganó José María Arguedas. Fue más o menos importante, y a mí me sirvió de entrada para el gran mundo literario.

¿Cómo se llamaba el cuento?
Después lo publiqué en Que te coma el tigre. Casi todos esos (cuentos) de Que te coma el tigre están escritos entre los 21 y 23 años. Con pequeñas modificaciones.

La mayoría de sus personajes son desarraigados, solitarios, no encajan en ninguna parte, ¿por qué?
Debe de ser, digamos, una expresión de mi otro yo. Es allí donde cada vez me voy dando más cuenta de mi propia condición existencial de marginal. En ese entonces todavía no tenía una noción conformada de lo que es el mundo, después eso se fue transformando y ahora ya he logrado dominarlo. Es a partir de ese esquema, en esos cuentos, donde empiezo a tratar el mundo de los nisei, de los japoneses.

Se sentía marginado por ser hijo de japoneses.
Marginado, desarraigado, por haber vivido en una época tan difícil como la posterior a la Segunda Guerra Mundial, y porque desde el hogar no nos hemos aprendido a identificar con el país. Formamos una isla aparte pues. Eso lo desarrollo más en otra novela que acabo de terminar el año pasado, y que supongo que publicaré este año.

¿De qué trata la novela?
Es la historia de un patita que a los cincuenta y tantos años presiente que se va a morir. Y es a partir de esta anunciación de la muerte que va evolucionando psicológicamente. Entonces en esa evolución psicológica, en ese encuentro con la muerte, se va desembarazando de todas estas cuestiones raciales que están en el fondo de la personalidad nisei.

En su barrio se sentía discriminado.
Claro, yo era el chino del barrio, en el colegio igual. Cada vez que llegaba todo el mundo se reía, me insultaba. Imagínate un niño de 6, 7 años, recibiendo el cargamontón de todo el ambiente.

En los cuentos que he podido leer los protagonistas son marginales, pero no son nisei.
Porque ahí todavía estoy trabajando con personajes peruanos, criollos. Cuando entendí que el enfoque debía ser a partir de personajes nisei, he cambiado completamente.

¿Por qué esos personajes no eran nisei?
Yo me daba cuenta de que la concepción que tenía del nisei en aquella época era más o menos doméstica. O sea no se había universalizado. En mis reflexiones de los años ochenta me doy cuenta de que el nisei forma parte de la nacionalidad peruana. Y como descendientes de japoneses, nuestra mejor manera de contribuir a este país, es respetando nuestra personalidad nisei.

Pero sobre la base de la peruanidad.
Claro. El nisei no es mitad japonés y mitad peruano. No, el nisei es una forma de ser peruano, pero sin renegar de nuestras raíces japonesas. Eso es todo.

Pero hasta que llegó a esa conclusión, en esa etapa previa, ¿cómo se sentía?
Si tú analizas Que te coma el tigre y parte de La casa de Albaceleste, e incluso Final del porvenir, el narrador lo único que hace es mirar. Es un narrador ambiguo que simplemente mira, era esa contradicción que todavía no podía superar. Es un narrador oculto, tácito y habla siempre en plural. Entonces yo he evolucionado para llegar a una primera persona, asumiendo ya mi condición nisei. Y el título (de mi nuevo libro) es La iluminación de Kazuo Nakamatsu. Punto. Es un personaje nisei, peruano como todos, pero desarraigado. A eso yo he evolucionado.

Si lo hubiera escrito hace treinta años...
Es que no lo hubiese podido escribir en los años 80. Recién he podido comprender el fenómeno.

Al escribir esa novela estaba ajustando cuentas con su pasado.
Claro, por supuesto.
Haciendo una gran catarsis.
Y aparte de eso, la novela tuvo varios borradores, éste ya es el último. He empezado otras historias, siempre con familias japonesas en barrios populares.

Lo suyo ha sido siempre el mundo popular.
Pero ese mundo ahora va a estar vinculado a pandillas, a Sendero (Luminoso), desde la perspectiva de un nisei. Es lo único que te puedo adelantar.

Se tiende a asociar a los nikkei con la prosperidad económica, pero en realidad siempre han estado más vinculados al mundo popular, ¿no?
Por ejemplo, (Nicolás) Matayoshi es más andino. Y (José) Watanabe es costeño pero campesino, provinciano. Lo mismo que Luis Abelardo Takahashi Núñez. ¿Quién no ha bailado con Sacachispas? Ha captado la esencia de lo popular. Y yo no sé pues qué habrá de japonés (en ellos), pero tampoco me interesa preguntar, porque ahí ingresas a un plano metafísico que es irresoluble. Si tú te preguntas qué cosa tienen de japonés, ¿qué vas a decir? Nada, porque finalmente lo japonés es una abstracción. Por eso a mí el viaje a Japón me sirvió de mucho. Cuando llegué a Japón me encontré con una inmensidad de posibilidades, inimaginables. La personalidad nisei, tal cual la vemos acá, no existe en Japón.

Entonces en Japón...
Allí me di cuenta de que soy más peruano y más latinoamericano de lo que hubiera imaginado. Y eso está en Japón no da dos oportunidades, en la parte final sobre todo. El personaje ha fracasado en Japón y tiene que regresar. Está parado frente a una ventana y de pronto pasa una mariposa, él estira la mano y la mariposa se le escapa. Es como si la felicidad se le hubiese escapado, y dice: “Japón no me iba a dar dos oportunidades”. En mi experiencia, lo de Japón era un viaje sin retorno; no por gusto habían pasado cien años (de la inmigración japonesa al Perú). Uno agradece, sabe que procede de allí, que de alguna manera está vinculado (a Japón), pero es otro país, otro contexto. Yo jamás me iba a asimilar a ese mundo. Ese libro es una versión no optimista de la realidad, pero sin ser negativo. Uno se encuentra con una realidad muy complicada. Surgir en Japón es toda una odisea.

Y como usted dice, el personaje de su libro fracasó...
Pero se encontró a sí mismo. Han tenido que pasar todas estas cosas difíciles, estas experiencias duras, para volver a lo mismo: nosotros somos latinoamericanos, peruanos. Si algo tenemos de japoneses, es poco.