_____El escritor Augusto Higa Oshiro revela en la siguiente entrevista que le costó asumir a plenitud su condición de nisei y anuncia la publicación de una novela, cuyo protagonista es un hijo de japoneses que al borde de la muerte comienza a exorcizar demonios raciales.
¿Cómo se inició en la literatura?Lo primero son las lecturas. A los 10, 11 años, yo ya estaba leyendo.
¿Qué leía?
La primera vez que fui a una librería fue para comprar Corazón, de Edmundo de Amicis, que según (Alfredo) Bryce es un libro tenebroso (risas). Efectivamente, es un libro inadecuado para niños porque hace llorar a raudales. Bryce dice que es un libro masoquista. Esa historia de los Apeninos a los Andes la han sacado de ahí.
La historia de Marco.Como había muchos inmigrantes italianos, hay historias de niños que van a buscar a sus madres. Son bien deprimentes. Ese libro lo había leído mi hermano mayor en casa, y como a él le gustaba leer en voz alta, todos nos sentábamos a escucharlo. Yo recordaba mucho esa historia. O sea, primero es la lectura: Los tres mosqueteros, Julio Verne, las novelas de capa y espada. Y en esa época, en los años cincuenta, había una editorial argentina, las Ediciones Tor, que eran sumamente baratas, digamos el equivalente a lo que hoy sería un sol. Tenía desde grandes títulos hasta novelas muy populares. Entonces yo podía comprar.
¿Qué compraba?
Todo lo de (Alejandro) Dumas, Julio Verne, Crimen y castigo, Guerra y paz de León Tolstoi...
De su primera etapa como lector, ¿qué libro le impresionó más?
Corazón. Ah, en tercero de media leí Crimen y castigo. Fue algo muy impactante.
¿Cuándo empezó a escribir?
A los 14 años.
¿Cuentos?
No, poesía. Pero esas poesías rimadas, poesías de amor a la madre, a la patria.
¿Algún libro marcó su vocación literaria?
No. Primero fue el hecho de escuchar cuentos, eso influyó bastante. Yo era muy niño –6, 7 años– y me gustaba que me contaran cuentos de la calle, de aparecidos, marimachas, fantasmas, duendes.
¿Recuerda la primera historia que escribió?
Yo estaba en el colegio. Allí influyó el hecho de que yo era un pata solitario. Estaba en el barrio pero me era difícil integrarme. ¿Por qué? Porque eran chicos muy violentos, niños de la calle.
¿Qué barrio?
Estoy hablando de Huancavelica, el mercado La Aurora, Malambito, Tayacaja, Angaraes (Centro de Lima). Básicamente me movía en esos ámbitos, y ahí se escuchaban historias de la Lima colonial, historias de callejones, de aparecidos. Entonces yo me voy nutriendo de todo eso y en algún momento empiezan las lecturas. Pero básicamente (el inicio de mi vocación literaria) se debe a mi incapacidad de insertarme y a mi poco gregarismo, a pesar de que tenía buenos amigos y estaba en la collera. Y a los 14, 15 años, justamente cuando empiezo a escribir, es que yo rompo con todo, me aparto del barrio. Entonces empecé a vivir solitariamente y a escribir.
¿Cuándo es que hace la transición al cuento?
Eso fue más largo. Fue a partir de reflexiones. Un día un profesor me dijo que si uno quería saber hablar, primero tenía que saber escribir. Entonces sobre la base de lo que me dijo ese profesor, empecé a escribir. Y lo primero que escribo son impresiones, estampas, cosas planas, ocurrencias de la calle pero que no tienen ninguna anécdota, y a los 18, 19 años, doy el salto al cuento. En mi caso fue un proceso lento: poesía, diarios, impresiones.
Y a esa edad, en esa etapa de transición, ¿qué leía?
La literatura universal: (Franz) Kafka, (William) Faulkner.
¿Algún autor peruano?
(Mario) Vargas Llosa, (José María) Arguedas, todo Ciro (Alegría), y sobre todo (Ricardo) Palma. Palma para mí era lo máximo, lo más importante. Hasta ahora. Palma es el auténtico escritor criollo, y yo he vivido básicamente el mundo de los criollos en los años cincuenta. Entonces por ahí viene uno de mis grandes aprendizajes. Yo ingresé a la universidad definido, lo que quería era escribir.
¿Qué estudió?
Estudié Literatura en San Marcos. Yo ingresé en el año 65.
Ya tenía claro que quería ser escritor.
Sí, pero un chico de 16, 17 años que quiere escribir no tiene nociones muy precisas. Yo sabía exactamente que mi camino era la literatura, y dentro de la literatura, la prosa digamos, el cuento, la novela; me gustaban mucho más que la poesía. Entonces desde ahí he empezado a evolucionar, y a los 21 años ya estaba ganando un premio nacional, que tenía dos fases: una consagratoria y otra para principiantes. El premio consagratorio lo ganó José María Arguedas. Fue más o menos importante, y a mí me sirvió de entrada para el gran mundo literario.
¿Cómo se llamaba el cuento?
Después lo publiqué en Que te coma el tigre. Casi todos esos (cuentos) de Que te coma el tigre están escritos entre los 21 y 23 años. Con pequeñas modificaciones.
La mayoría de sus personajes son desarraigados, solitarios, no encajan en ninguna parte, ¿por qué?
Debe de ser, digamos, una expresión de mi otro yo. Es allí donde cada vez me voy dando más cuenta de mi propia condición existencial de marginal. En ese entonces todavía no tenía una noción conformada de lo que es el mundo, después eso se fue transformando y ahora ya he logrado dominarlo. Es a partir de ese esquema, en esos cuentos, donde empiezo a tratar el mundo de los nisei, de los japoneses.
Se sentía marginado por ser hijo de japoneses.
Marginado, desarraigado, por haber vivido en una época tan difícil como la posterior a la Segunda Guerra Mundial, y porque desde el hogar no nos hemos aprendido a identificar con el país. Formamos una isla aparte pues. Eso lo desarrollo más en otra novela que acabo de terminar el año pasado, y que supongo que publicaré este año.
¿De qué trata la novela?
Es la historia de un patita que a los cincuenta y tantos años presiente que se va a morir. Y es a partir de esta anunciación de la muerte que va evolucionando psicológicamente. Entonces en esa evolución psicológica, en ese encuentro con la muerte, se va desembarazando de todas estas cuestiones raciales que están en el fondo de la personalidad nisei.
En su barrio se sentía discriminado.
Claro, yo era el chino del barrio, en el colegio igual. Cada vez que llegaba todo el mundo se reía, me insultaba. Imagínate un niño de 6, 7 años, recibiendo el cargamontón de todo el ambiente.
En los cuentos que he podido leer los protagonistas son marginales, pero no son nisei.
Porque ahí todavía estoy trabajando con personajes peruanos, criollos. Cuando entendí que el enfoque debía ser a partir de personajes nisei, he cambiado completamente.
¿Por qué esos personajes no eran nisei?
Yo me daba cuenta de que la concepción que tenía del nisei en aquella época era más o menos doméstica. O sea no se había universalizado. En mis reflexiones de los años ochenta me doy cuenta de que el nisei forma parte de la nacionalidad peruana. Y como descendientes de japoneses, nuestra mejor manera de contribuir a este país, es respetando nuestra personalidad nisei.
Pero sobre la base de la peruanidad.
Claro. El nisei no es mitad japonés y mitad peruano. No, el nisei es una forma de ser peruano, pero sin renegar de nuestras raíces japonesas. Eso es todo.
Pero hasta que llegó a esa conclusión, en esa etapa previa, ¿cómo se sentía?
Si tú analizas Que te coma el tigre y parte de La casa de Albaceleste, e incluso Final del porvenir, el narrador lo único que hace es mirar. Es un narrador ambiguo que simplemente mira, era esa contradicción que todavía no podía superar. Es un narrador oculto, tácito y habla siempre en plural. Entonces yo he evolucionado para llegar a una primera persona, asumiendo ya mi condición nisei. Y el título (de mi nuevo libro) es La iluminación de Kazuo Nakamatsu. Punto. Es un personaje nisei, peruano como todos, pero desarraigado. A eso yo he evolucionado.
Si lo hubiera escrito hace treinta años...
Es que no lo hubiese podido escribir en los años 80. Recién he podido comprender el fenómeno.
Al escribir esa novela estaba ajustando cuentas con su pasado.
Claro, por supuesto.
Haciendo una gran catarsis.
Y aparte de eso, la novela tuvo varios borradores, éste ya es el último. He empezado otras historias, siempre con familias japonesas en barrios populares.
Lo suyo ha sido siempre el mundo popular.
Pero ese mundo ahora va a estar vinculado a pandillas, a Sendero (Luminoso), desde la perspectiva de un nisei. Es lo único que te puedo adelantar.
Se tiende a asociar a los nikkei con la prosperidad económica, pero en realidad siempre han estado más vinculados al mundo popular, ¿no?
Por ejemplo, (Nicolás) Matayoshi es más andino. Y (José) Watanabe es costeño pero campesino, provinciano. Lo mismo que Luis Abelardo Takahashi Núñez. ¿Quién no ha bailado con Sacachispas? Ha captado la esencia de lo popular. Y yo no sé pues qué habrá de japonés (en ellos), pero tampoco me interesa preguntar, porque ahí ingresas a un plano metafísico que es irresoluble. Si tú te preguntas qué cosa tienen de japonés, ¿qué vas a decir? Nada, porque finalmente lo japonés es una abstracción. Por eso a mí el viaje a Japón me sirvió de mucho. Cuando llegué a Japón me encontré con una inmensidad de posibilidades, inimaginables. La personalidad nisei, tal cual la vemos acá, no existe en Japón.
Entonces en Japón...
Allí me di cuenta de que soy más peruano y más latinoamericano de lo que hubiera imaginado. Y eso está en Japón no da dos oportunidades, en la parte final sobre todo. El personaje ha fracasado en Japón y tiene que regresar. Está parado frente a una ventana y de pronto pasa una mariposa, él estira la mano y la mariposa se le escapa. Es como si la felicidad se le hubiese escapado, y dice: “Japón no me iba a dar dos oportunidades”. En mi experiencia, lo de Japón era un viaje sin retorno; no por gusto habían pasado cien años (de la inmigración japonesa al Perú). Uno agradece, sabe que procede de allí, que de alguna manera está vinculado (a Japón), pero es otro país, otro contexto. Yo jamás me iba a asimilar a ese mundo. Ese libro es una versión no optimista de la realidad, pero sin ser negativo. Uno se encuentra con una realidad muy complicada. Surgir en Japón es toda una odisea.
Y como usted dice, el personaje de su libro fracasó...
Pero se encontró a sí mismo. Han tenido que pasar todas estas cosas difíciles, estas experiencias duras, para volver a lo mismo: nosotros somos latinoamericanos, peruanos. Si algo tenemos de japoneses, es poco.